Y es que ese fatídico día 31 de agosto de 1997 nadie esperaba escuchar que alguien tan carismático, tan vilipendiado por la familia real británica y tan querido por el pueblo, dejara la vida tras una tortuosa relación con el Príncipe Carlos y su traumático divorcio, que fue una liberación para Diana. Cuando todo hacia parecer que la princesa había encontrado la estabilidad, un error en la conducción de su coche acabó con su vida. Esa misma noche Carlos viajó hasta París junto a las hermanas de Diana para repatriar el cadaver, mientras que la Reina Isabel ejercía de abuela en el palacio de Balmoral para consolar a Guillermo y Enrique de 15 y 12 años, que perdían a su madre de un zarpazo.
Diana Spencer no quiso ser nunca centro de atención de la prensa, soñaba con ser bailarina y, aunque pereció a la aristocracia, no imaginaba que el enamorarse de Carlos le llevaría a la tristeza. Volcada en sus hijos, se enfrentó a la propia reina dejó claro que Diana era mucho más que una princesa. La Rosa de Inglaterra, como le cantó su amigo Eltón John en su funeral, deja un legado del que aún permanece su recuerdo y amor por una mujer que marcó todo un estilo y toda una época.
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