El Gobierno de Rusia calificó la victoria de «derrota del arte» y aseguraba que Europa se había dejado convencer por la política, anunciando su posible retirada del Festival, como ya antes habían hecho otros países, como Turquía (que todavía no ha vuelto) e Italia, que regresó tras una década de ausencias. No era la primera vez que los políticos rusos se quejaban de Eurovisión, y su historial viene de largo. Estuvieron dos años sin participar, también por motivos de orgullo. Sin embargo, llevan desde el año 2000 concursando de manera ininterrumpida, y con una victoria en 2008 (Believe, de Dima Bilan), y otros siete podios en estos dieciséis últimos años.
La primera afectada fue la propia Polina Gagarina, a quien se acusó de «traición» por compartir una fotografía en la que daba un beso a Conchita Wurst, la ganadora de Eurovisión 2014, y controvertido personaje que lucha por los derechos del colectivo de gay, lesbianas, bisexuales y transexuales. Este pasado 2016, el representante de Israel, Hovi Star, también denunció vejaciones al pisar suelo ruso, vivencias que compartió con Barei, la artista española que no dudó en confirmar este trato repulsivo al cantante israelí, y todo «por ser gay». Gestos que demuestran la escasez de tolerancia y democracia de Rusia, a pesar de que nunca se le ha prohibido participar en el Festival de la Canción.
Pero no todas las polémicas vienen desde este país. En 2009, Georgia se vio obligada a retirarse de Eurovisión. Su canción, We don’t wanna put in, hacía un juego de palabras para aludir que ellos «no querían a Putin», aunque si título dijese, literalmente, que «no querían aguantar». Desde la Unión Europea de Radiodifusión (UER) se les solicitó un cambio de letra y título. Algo que Georgia no aceptó. Y finalmente fueron descalificados. Una expulsión como a la que se enfrenta ahora la propia Rusia. Desde Ucrania se pide su eliminación inmediata de Eurovisión 2017, a menos que cambie de artista. Y es que, al parecer, la cantante Yulia Samoylova viola las leyes del país anfitrión.
Sería la primera vez en más de 60 años que ocurre este hecho, surrealista y poco justo para todos. La rusa actuaría en desigualdad de condiciones, por no compartir mismo escenario, iluminación y realización de su show. Rusia se niega a este hecho. Y solicita a la UER que le dejen cruzar hasta Ucrania a su cantante, al tiempo que la han reafirmado también como representante para 2018. Desde Ucrania, el único mensaje que se lanza (desde Twitter, y con voz del viceprimer ministro) es que «Rusia escoja a un representante que no haya infringido ninguna Ley». Lo cierto es que será difícil, porque Ucrania ha publicado una lista con hasta 140 cantantes de Rusia que tienen vetados.
De hecho, años antes, en 2009, la Seguridad Nacional de Azerbaiyán había ordenado «detener e interrogar» a casi medio centenar de personas, por el mero hecho de votar a Armenia en Eurovisión. Unos hechos poco democráticos, tolerantes y, sin duda, nada deportivos, con los que el Festival tiene que lidiar casi cada año en la última década. ¿Puede ocurrir algo más? Estaremos expectantes. De momento, Eurovisión 2017 no suena por su buena música, algo que entristece a toda Europa… Y a Australia.
Imágenes: Eurovision.tv