Nadie podía esperar que aquella crecida fuera de manera exagerada, 2.7000 metros cúbicos por segundo hicieron que el cauce que atraviesa la ciudad no diera a basto y desbordara. Tras esta primera avenida y con una relativa calma, la ciudad experimentó lluvias torrenciales que no hacían más que empeorar la situación y que ponían en sobre aviso de lo que estaba por ocurrir. Sobre el mediodía del 14 de octubre llegó la peor onda de agua, la más devastadora y la que terminó por ahogar a una ciudad que siempre ha vivido al borde de su río. Esta segunda avenida de aguas fue de 3.700 metros cúbicos por segundo y con una velocidad de 4,16 metros por segundo, que inundó la mayor parte del Cap i Casal.
Murieron mas de un centenar de personas, aunque cifras oficiales estimaron en 81, mas de 7.000 personas se quedaron prácticamente en la calle y Valencia tuvo que afrontar una recuperación a la que el gobierno central dio la espalda o ayudó bien poco. Desolación, tristeza y mucho barro en la calles hicieron que los valencianos necesitaran la ayuda de sus vecinos. La solidaridad entre compatriotas, hoy que parece estar perdida, se puso de manifiesto y en pocas horas toda España respondió a la llamada de Valencia y ofreció todo tipo de ayudas. De todos los puntos llegaron víveres, enseres personales, dinero, toda ayuda era bien recibida en una ciudad que había perdido la ilusión a causa de un desastre como este. Desde Murcia, Radio Juventud organizó las subastas nocturnas donde personas anónimas y famosos del momento pujaban por regalos. Carmen Sevilla o el Arzobispo de Valencia, Marcelino Olaechea, ofrecieron objetos personales que sirvieron para sacar ingresos para los damnificados de la riada. Incluso la Fallera Mayor de Valencia de 1957, Sagrario Fernández de Córdova, entregó su banda para ser subastada.
Tras este episodio, Valencia reclamó reiteradamente una solución que llegó con el Plan Sur y que, a modo de parche, hizo que el miedo a una nueva riada desapareciera. Es un recuerdo de las consecuencias de la gran riada, como lo son barrios como el de la Fuensanta, o esos azulejos que aún podemos ver en las calles con la inscripción de «Hasta aquí llegó la riada». Un episodio que Valencia no olvidará jamás y por el que dejó de ser la ciudad llena de vida que es, pero sólo por unos días, porque los valencianos sabemos salir adelante y nuestro empeño hizo recuperarnos de una catástrofe que acuñó el famoso ¡Amunt, Valéncia!
Imágenes: Francisco Pérez Aparisi, publicadas en el libro «Hasta aquí llegó la riada» (Francisco Pérez Puche, 1997)