Si la estética clásica se sustentaba en los pilares de la bondad, la belleza y la verdad, las prácticas disruptivas de lo verídico no dejan de formular las mismas cuestiones pero allí precisamente donde nadie las espera, cuando estamos plenamente confiados, en un espacio dominado por la cómoda idea del “relato”, al supuesto abrigo de fraudes e imposturas. El fake, ese formato parasitario y enmascarado que aparenta lo que no es, se ha convertido, en manos de muchos artistas, en un arma que busca cortocircuitar la masiva manipulación de lo real, a menudo haciendo suyas técnicas del enemigo.
Pero a diferencia del mero engaño, propio del marketing comercial y político –y también, por qué no, estético-, el fake no persigue eternizar la apariencia, sino desvelar lo antes posible los mecanismos y mitos que hacen posible la credibilidad: cuestionar, en definitiva, los formatos lingüísticos de la autoridad, en los medios de comunicación, en los museos, en los discursos académicos, en los mentideros morales. Con el problema añadido de que, a menudo, también el fake deviene parte del espectáculo que critica, haciéndose formato de autoridad.
Sin olvidar, desde luego, que el fake es también un formato inherente al propio discurso del poder, motivo por el que la muestra FAKE. No es verdad. No es mentira exhibirá algunas de las más notorias y terribles falsificaciones promovidas institucionalmente. Porque, en definitiva, la guerra de las imágenes se dirige a establecer cómo debemos creer. Decía Nietzsche que las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son.
Imágenes: IVAM